Rābiʻa al-ʻAdawiyya

Rābiʻa al-ʻAdawiyya

El nombre completo de esta célebre santa y mística Sufí es RābiʻUn al-ʻAdawiyya al-Qaysiyya (en árabe: رابعة العدوية القيسية‎); aunque también se le conoce como Rābiʿah al-Baṣrī  (en árabe: رابعة البصري ‎), ya que nació en en Basora, Irak, ca. 95 de la h. / 717 d.n.e. Fue la cuarta hija de su familia, como lo indica su nombre, que significa «la cuarta». Gran parte de lo que se sabe actualmente sobre su vida, sobre todo de sus primeros años, se debe a las narraciones biográficas de Farid ud-Din Attar, otro santo y poeta sufí más tardío. Gracias a él se sabe, por ejemplo, que los padres de Rābiʿa murieron durante una hambruna que asoló Basora, cuando ella era muy joven, tras lo cual ella y sus hermanas tuvieron que separarse como estrategia para garantizar subsistencia. Muchos otros han resaltado su período de esclavitud al contar su biografía, pero es muy importante tener en cuenta que ella no nació siendo esclava. Todo parece indicar que su familia era bastante humilde en efecto, pero también que era muy respetada en su comunidad. Lo que sucedió —según cuenta la leyenda— es que cayó en manos de unos ladrones mientras viajaba sola en una caravana, quienes la tomaron cautiva para venderla poco después en el mercado como esclava. Sin embargo, esta esclavitud fue sólo temporal, ya que finalmente fue liberada por su amo, conmovido por su profunda devoción y sabiduría. Fue entonces que Rābiʿa marchó al desierto para orar y convertirse en una asceta. Luego volvió a la ciudad de Basora, donde mantuvo una vida sencilla —no sólo sin lujos, sino con total austeridad como parte del desarrollo de su espiritualidad—, y fue entonces que empezó a seguir como maestro espiritual a Ḥasan al-Baṣrī (aunque investigaciones recientes han puesto en duda esto). De hecho, los relatos enfatizan, como parte de la leyenda de su santa austeridad, que ella no poseía más que una jarra rota, una estera y un ladrillo que utilizaba como almohada; y también resaltan el hecho de que pasaba toda la noche en oración y contemplación. De cualquier manera, todo esto hizo que su fama fuera creciendo poco a poco y muy pronto empezó a tener muchos discípulos. También se ha dicho que protagonizó importantes discusiones con muchas de las personalidades religiosas más renombradas de su época y que, aunque tuvo muchas ofertas de matrimonio, las rechazó todas para no tener en su vida más compromiso que su misión espiritual. Ella no dejó ningún texto escrito por sí misma, pero se sabe con toda seguridad que siguió con firmeza su senda mística hasta los últimos días de su vida y que se le atribuyen algunos de los más bellos poemas de amor a Dios que se hayan compuesto y recitado en todos los tiempos. Murió en Jerusalén en el año 180 h. / 801 d.n.e., y se cree que fue sepultada en la Capilla de la Ascensión.

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