El poeta como «hijo perdido»

Y hasta aquí irían juntas filosofía y poesía. No se han diferenciado, en verdad, más que, primeramente por la violencia; después por la voluntad. La voluntad que parece ser el secreto de todo eso que la Metafísica moderna ha llamado «espíritu»: Espíritu que podemos entender por voluntad. Y la voluntad supone la libertad, …y lleva en algunos casos, al poder. En el instante en que el afán de ser peculiarmente hace separarse del origen. El poeta es el hijo perdido entre las cosas. Es, en realidad, el «hijo pródigo» a quien el padre siempre perdona, porque en su prodigalidad no dejó de vivir filialmente. El poeta no ha querido jamás olvidar su filialidad para despertar al saber. Perdido entre las cosas, pegado a la carne, en sueños y en olvido de sí. Mas olvidándose de sí se sumergía cada vez más en su origen.

—María Zambrano—

Comentario:

Con esta hermosa metáfora poético-filosófica, María Zambrano logra la exposición de un asunto de la mayor importancia para comprender la naturaleza y poder de la poesía; la cual, mediante sus extravíos, es como se ha hecho capaz de incrementar su acervo de recursos para construir fuertes tejidos y entretejidos con la vida. Los extravíos poéticos son formas de experimentar la libertad y aprender de ella, no sólo sobre sus felices bondades, sino también sobre sus fracasos, sus abismos, de sus caídas y derrotas. Y de este modo se revela cómo es que la poesía, ya sea que se la entienda como imaginación creadora o como acción poética, tiene el poder de convertirse en maestra de vida, especialmente por su capacidad de enseñarnos a vivir en medio de la incertidumbre y el desconcierto que suelen producir los ejercicios de libertad más elementales, esos que se fraguan entre sueños, fantasmas, fantasías, deseos y esperanzas. Y así también es como Zambrano empieza a insinuar que la poesía quizá también pueda ser maestra de un pensamiento filosófico que aprenda a ocuparse de los asuntos humanos, «pegado a la carne» y, por qué no, hasta «perdido entre las cosas».

—Rafael Ángel Gómez Choreño—

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