La poesía: vagabunda y errante

No es polémica, la poesía, pero puede desesperarse y confundirse bajo el imperio de la fría claridad del logos filosófico, y aun sentir tentaciones de cobijarse en su recinto. Recinto que nunca ha podido contenerla, ni definirla. Y al sentir el filósofo que se le escapaba, la confinó. Vagabunda, errante, la poesía pasó largos siglos. Y hoy mismo, apena y angustia el contemplar su limitada fecundidad, porque la poesía nació para ser la sal de la tierra y grandes regiones de la tierra no la reciben todavía.

—María Zambrano—

COMENTARIO:

Hay muchas cosas en este pasaje que vale la pena meditar para extender nuestras reflexiones sobre la problemática pero indispensable relación entre la filosofía y la poesía. En primer lugar, me detendría en el tipo de espacialización que les atribuye María Zambrano a cada una como formas del «logos»: el logos filosófico tiende hacia una sedentarización del pensamiento, mientras el logos poético necesita moverlo hacia su nomadización. Incluso parece estar suponiendo y oponiendo la relación que suele montar la filosofía con la ciudad y la relación que puede construir la poesía con el mundo; lo cual es completamente relevante porque por lo menos deja planteada la necesidad de someterlo a reflexión. ¿Por qué limitar nuestra imaginación de la filosofía a los espacios de una ciudad y exhibir su carácter sedentario, su propensión a arquitecturizar sus diversas actuaciones y la construcción de sus diferentes escenas? ¿Por qué imaginar a la poesía, por otro lado, en permanente tránsito, siempre errante, vagabunda, peregrina, es decir, sin más espacio definido que el mundo entero? Lo cierto es que resulta interesante pensar que la filosofía siempre está inmersa en algún proceso de ciudadanización, así como la poesía siempre parece estar queriéndose hacer más mundana. Justo por eso me parece oportuno detener mi reflexión —en segundo lugar— en la idea de una cierta voluntad de dominio que Zambrano introduce tan sutilmente en este pasaje, ya que parece querer explicar los diversos encierros de la filosofía a partir de la necesidad que suelen generar los filósofos de establecer alguna forma de dominio, los márgenes que fijan su territorio, los límites y alcances de lo que creen su evidente «imperio». Y tiene mucha razón en querer evidenciar que la filosofía tiende peligrosamente hacia el encierro monástico porque aspira a establecer, mediante este extraño procedimiento, su autoridad y su gobierno. Además, por simple oposición o contraste, la poesía resulta entonces un mero movimiento que puede transitar libremente entre territorios, dominios e imperios. La poesía tiene el poder de desterritorializarnos, de liberarnos de dominios y de todo tipo de imperios y emperadores, pero, sobre todo, parece tener el poder de transformar la relación del pensamiento con el espacio, tratando de ponerlo en comunicación con el «mundo» sin tener porque negar o disolver su relación con la ciudad. Así que finalmente destacaría lo siguiente: el lamento de Zambrano porque la poesía aún no ha sido recibida «en grandes regiones de la tierra», no puedo entenderlo sino como un modo de anunciar un gran descubrimiento visionario, ya que si la poesía aún falta en muchos lugares es porque en muchos de ellos hace falta su espíritu libertario. Mas esto no cancela en ningún modo que la filosofía pueda participar en la liberación del mundo. La crítica a la filosofía con la que Zambrano acompaña su celebración de una poesía libertaria es una forma de redefinir los quehaceres y métodos de la filosofía, pues es posible imaginar una filosofía poética en tanto que podamos imaginar otras formas de relación de la filosofía con el espacio, particularmente con los espacios políticos de la ciudad, hasta que ésta pueda hacer emerger sus propias potencias libertarias, su nomadismo, su propia necesidad vagabunda de mundo.

—Rafael Ángel Gómez Choreño—

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