La unidad de la poesía

La poesía humildemente no se planteó a sí misma, no se estableció a sí misma, no comenzó diciendo que todos los hombres naturalmente necesitan de ella. Y es una y es distinta para cada uno. Su unidad es tan elástica, tan coherente que puede plegarse, ensancharse y casi desaparecer; desciende hasta su carne y su sangre, hasta su sueño.

—María Zambrano—

Comentario:

Pensar la unidad de la poesía desde esta relativa humildad tiene muchas ventajas. La primera es que la poesía no tiene por qué cargar con los compromisos de una presunta «naturaleza humana». No es ni nunca ha necesitado ser planteada desde ahí. Por el contrario, hay algo interesante en poder pensarla justo más allá o más acá de la «naturaleza humana», pues esta separación no niega que sea parte de la condición humana y nos permite pensar en la diferencia entre una cosa y la otra, sobre todo al nivel de una distinción teórica que puede implicar un significativo cambio de enfoque en lo que se refiere a la reflexión antropológica. Este cambio no sólo abre el horizonte de una posible antropología poética, sino también el de una antropología filosófico-poética. El modo como María Zambrano formula la cuestión de la unidad de la poesía en este pasaje selecto implica una renuncia definitiva a las antropologías filosóficas, teológicas y religiosas incapaces de colocar su mirada en una humanidad-carne, en la plasticidad y diversidad del cuerpo de los seres humanos, de su sangre, de sus sueños, de sus miedos, sus angustias, sus esperanzas y desesperanzas, de sus desesperaciones, sus tribulaciones, sus agotamientos, quebrantamientos, desmoronamientos. Zambrano está suponiendo —y así lo asume— que la poesía, al buscar su unidad, se despliega con toda la elasticidad necesaria sobre todas estas formas de lo humano y sobre la peculiar de sus circunstancias.

—Rafael Ángel Gómez Choreño—

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