Sobre el encierro de la filosofía

Y la pregunta es ésta: ¿la filosofía está destinada a ser consumida sólo en las aulas universitarias o en los cubículos de los institutos de investigación, o, por el contrario, incide, de un modo u otro, más allá de los recintos académicos, en la calle o el «ágora» —o plaza pública— como pensaban los griegos en la Antigüedad? O, dicho con otras palabras: ¿la filosofía tiene alguna relación con la vida cotidiana, o más bien, lejos de ella, seria la actividad de un hombre que se repliega a un espacio cerrado, o que sólo estaría interesado —en cuanto filósofo— en cultivar su jardín propio?

—Adolfo Sánchez Vázquez—

Comentario:

Y podemos, sin duda, ampliar el cuestionamiento que formula en este pasaje Adolfo Sánchez Vázquez y preguntarnos por una filosofía nómada, es decir, si es posible que la filosofía no tenga una residencia fija, que sea producto de un quehacer peregrino, de una movilización voluntaria o involuntaria, actividad intelectual en pleno éxodo o en pleno exilio, en perpetua migración o mero deseo de vagancia. El cuestionamiento interroga por la espacialización de la filosofía, pero no queda claro si lo que cuestiona sobre los espacios de un saber como la filosofía alcanza para cuestionar a la ciudad como gran recinto de la praxis filosófica. La pura idea de una filosofía de jardín pone en perspectiva efectivamente a la filosofía en su encierro académico, en su encierro en aulas y cubículos universitarios. Las calles, la plaza pública, los parques, son espacios abandonados casi por completo por los filósofos, pero eso no niega que en ocasiones la filosofía salga de su privilegiado encierro para redefinir de vez en vez el sentido social de su existencia. Pero, ¿puede la filosofía salir de la ciudad sin extraviarse por completo? ¿Hay manera de que, en parte, el gran encierro de la filosofía moderna sea en su núcleo más básico un encierro en la ciudad que, de algún modo, siempre la cobija?

—Rafael Ángel Gómez Choreño—

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